domingo, 24 de noviembre de 2013

Cuando tenga la tierra... te lo aseguro semilla...



En mi tierra por ahora quema el invierno, estoy en  la plaza de la comunidad de San Andrés conmemoramos públicamente la muerte,  hace 40 años  un guerrillero, parido por la universidad publica de Guadalajara, y vecino de esta colonia. Alrededor de 50 sillas bordean un escenario endeble de tablas y sólido de esperanza. La obra de teatro "traerá  a la memoria de San Andrés la liga del 23 de septiembre, grupo organizado con la lógica revolucionaria de su tiempo, desprendido del movimiento del ´68, apagado con el asesinatode muchos de ellos y de ellas. 
Nosotros no formamos parte del vecindario, muchas y muchos de nosotros leímos sobre ellos y ellas por ahora sólo recordamos que el pueblo necesita organizarse, que son los de siempre los que tienen el poder, que somos las y los de siempre los que se aprietan el cinturón.
Entre el publico a los pies de mi silla están sentados dos niños varones y una niña. El más alto de ellos es delgado viste una playera blanca desgastada y sucia, unos pantalones cortos  y unos zapatos raspados sin calcetines, llevo un rato mirándolo, camina apretando sus brazos contra el torso, sus manos trenzadas y camina cuidadosamente pegado al más pequeño, algo parecido a la inclinación que toman las sombras; El más bajo tiene un sweter azul, pantalones de mezclilla y el rostro relajado, su mirada se alimenta de la obra de teatro y las comisuras de sus labios se sonríen, quizás es un chico de preescolar  (Asumo que son hermanos y que la pequeña también es su hermana) la niña tiene un abrigo rojo que cubre sus desnudas piernas, y no lleva calzadas las plantas de sus pies, también debiera cursar la etapa preescolar. Muero de frío... lo miro, su rostro se pierde, evita mi mirada camina con sus brazos trenzados, su mirada en el piso su pecho contraído,el mío lo persigue... tengo botas puestas, un vestido y medias para el frío, ¿cómo puede caminar sin estar cubierto?. Su frío me duele... recuerdo que tengo un sweter delgado en el vocho.
 Sigo la obra y sigo su camino, observo que no habla, que no decide sólo persigue al más pequeño sin soltar la trenza que hace con sus dedos. La obra en la plaza casi termina, mi corazón esta apretado, en mi país asesinan a los idealistas... los niños atentos seguían la obra, se preguntaban cosas entre sí sólo el más bajito y la niña. Me duele su frío... pienso. Le tocó el hombro para preguntarle ¿Quieres un sweter? el desvía su mirada sin responder ni una sola palabra, acerca su pecho a la espalda del más pequeño y pega su barbilla a su propio pecho. Me duele su frío, mi corazón se apena, le pregunto al chico de preescolar ¿Puedo traer de mi coche un sweter para tu hermano? el responde que si, que me espera... la niña me mira y me dice de frente: "yo también quiero otro" yo digo "Lo siento él no tiene, sólo tengo uno" recorro la plaza aprisa. Paso frente a la iglesia en la que "el cura daba la misa, abordando el amor al prójimo, a puerta cerrada". Llego a los pies del escenario se lo doy al más pequeño... avanza cómo buscando a su hermano (quien yo veía sin sweter no era su hermano) lo llamo y le digo desesperada "No a él, (lo señalo) mira no lo recibe, dáselo tu!". El pequeño se devuelve, estira su bracito y le dice firme: "¡pontelo tú!". El chico mayor me siente cerca no levanta la vista, lo pone en la silla fría y cuando lo acomoda sonríe tan plenamente que explota mi llanto contenido... no puedo más me duele su frío, me duele su hambre, me duele. 
 Me parece tan claro que  ese niño ha sido violentado tantas veces que ya no usa la voz, que no se despega del pequeño por que no puede hacerlo, que su corazón muere de frío, que su lenguaje es crudo y desnutrido, qué su cerebro pepena aventuras,  me suplico recordar que existe alguna razón que no descubro que  lo mantiene vivo y vinculado a los y a las demás. Los pequeños le acompañan animándolo para que use el sweter. 
No puedo... simplemente quiero esconder este llanto  abrupto y profundo, llega un abrazo que me cobija ésta impotencia presente mientras escribo, me paro camino y hundo mi rostro buscando que de la nada mi llanto encuentre calma, no paro de cuestionarme.
¿Cuál de los tratados en pro de los derechos de los niños y las niñas le abraza cuando tiene miedo? 
¿Qué artículo de la convención le apoya para que sus emociones nombren sus miedos?
¿Quien le repite que lo ama? 
¿Cómo me quito el frío con el me que quedo, cómo dejó de llorar lo que no puedo hacer?

2 comentarios:

Carlos Ortega dijo...

No hablaré aquí del acontecimiento en sí, que presencié contigo. De los tratados sólo diré que son producto de muchos trámites y convencionalismos que al final, si no hay voluntad de funcionarios, gobiernos, sociedades y países, son como el Ave Fénix: Sabemos que existen, pero no sabemos dónde está.

De lo que sí puedo hablar es del trabajo diario. De la actitud solidaria. Esa que tuviste y que tienes y que muchos y muchas, tienen, una y otra vez, ante la impotencia, rabia y tristeza de que cosas como esta sigan pasando. Yo no sé, no puedo asegurar que esto cambie al mundo, salve a los niños... pero al mismo tiempo no puedo esperar nada más de gobiernos, tratados, planes, posturas, discursos políticos o de funcionarios subsidiados por los gobiernos. De los únicos que puedo esperar algo, lo que sea, es de los que me rodean. De los que van en el camión conmigo, de los que le chingan, de los que no tienen nada y dan, de los que me dan los buenos días, de los que pitan como locos en el tráfico, de los que me invitan un café en su casa, de los que me sirven los tacos, de los que me compran un papel y una pluma, de los que sonríen para la foto y hasta de los que nunca vieron que les tomé una foto. De los compañeros, de los desconocidos... De los que quisieron ser guerrilleros para cambiar este mundo. De las y los que murieron, de los que no murieron, de los que torturaron, de los que nunca agarraron...

La esperanza está entre nosotros y los de arriba, que se adornan con discursos y palabras huecas intentan que lo olvidemos. Pero para eso están los Atahualpas, como decía Atahualpa: con pedernal y yesca, para calentar el frío. La mirada no es nunca hacia arriba, es hacia abajo, que de arriba sólo caen gotas.

Y la esperanza está en tu trabajo, en tu educar, en tu acompañar. No lo olvides, tu trabajo es valioso de por sí, pero en esta perspectiva es indispensable. Más que reuniones y grupos... Allí haces y nos consta. Quizá no todo, quizá no lo más grande, pero siempre importante.

Salud y saludos, que los fríos guíen pero que no envuelvan, que el calor solidario prenda fuego e ilumine tus mañanas.

Yumico K. Véliz dijo...

seguro si, a la izquierda y hacia abajo...
Gracias.