domingo, 13 de diciembre de 2015

El ruido del cerrojo... el ruido de la llegada

Quino.
Cuándo era niña papá era el último en llegar a casa. Así que sus sonidos representaban prisa y pasos presurosos por la escalera para abrirle la puerta y abrazarle, mamá hacía una valla de sonrisas detrás de su prole y casi siempre daba primero la espalda a papá para encender la orquesta entre la cocina y el comedor . Nunca se besaban, ni se abrazaban, el le miraba y le decía:¿cómo te fue chula? ¿A que hora llegaron?. ella sonreía y contestaba "bien, cómo a las siete". La familia al comedor, papá a quitarse las botas, alguna vez le perseguí hasta su recamara mientras le narraba algo que no podía esperar o si pretendía asegurarme de que haría algo que yo necesitaba, el por delante  yo hablando sin parar.
La cocina se poblaba de luz incandescente, los trastes cantaban tomando su lugar en la mesa, la cafetera comenzaba su discreto humear, las anécdotas iniciaban con alguna tarea escolar servida junto al pan en la mesa, y casi siempre terminaban entre chistoretes y juegos de disparejo (pulgar arriba, pulgar abajo, disparejo, se sale, no hace aseo doméstico)  para lavar platos y  limpiar la mesa.
Con el paso del tiempo cuándo papá llegaba de trabajar algunas noches no estábamos las tres ni su hijo, ya no estábamos recibiéndole en la puerta ansiosas  por encontrarnos con su mirada ni mi hermano pendiente de jugar cuerpo a cuerpo con su papá, entonces papá se pronunciaba en un llamado a gritos, hoy pienso un tanto desesperado de descubrir el silencio, y gritaba: ¡Hey llegó el perro!
Maitena 
 Recuerdo que un sentimiento extraño de culpa bordeaba mi cama y entonces bajaba molesta, incómoda y esta vez ansiosa por evitar el encuentro de nuestras miradas. Ahora cuándo termina el día generalmente soy la última en llegar a casa,  a veces fantaseo con un encuentro ruidoso y colmado de palabras (pero no de voces de hijos ni de hijas, por que no he resuelto si voy a reproducirme).
De cualquier manera añoro y anhelo que la puerta de mi casa, en dónde sea que este,  se abra haciendo noches ruidosas de palabras, de miradas, de anécdotas y chistoretes, de juegos. A ratos me pregunto mientras conduzco ¿Cuáles serán los sonidos que provoco cuándo me acerco a casa? ¿Abriré yo la puerta de la casa, o va a sorprenderme antes de que saque el llavero? . Al llegar siempre quito mis botas de los pies, la ropa del día y la bolsa de mi hombro, entonces  y sólo entonces he abierto la puerta de casa.
http://portroche.blogspot.mx/
Vivir en compañía implica encontrar maneras para encontrarnos cuando la energía se ha terminado, cuándo la noche envuelve el tedio del tráfico, el cansancio corporal, el hambre y el sueño.  Y quizás vivir en solitario implica abrir el cerrojo encontrarse la paz y el remanso de lo que han convertido en su hogar, una cena para consentirse, la música del silencio o el reconocimiento personal de los sonidos del final de su jornada...
De igual manera me quedo con la idea y el sentimiento de que construir el hogar y la estancia en el, es una responsabilidad que tejemos durante el día albergando momentos para llevar a la puerta de cada hogar personal, quizás fermentando pensamientos, o registrando cómo en notas sueltas por el cuerpo la fuerza de la rutina y  y las sorpresas que hay en la cotidianidad.

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