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Irma Gruenholz |
El abuelo tiene 82 años, mente lúcida, piernas lentas pero independientes, harta azúcar en la sangre y una lengua mandona como látigo de la inquisición, su ultimo pedazo de futuro se le gasta en la casa de descanso. Demanda lo que necesita, reclama comida que le sacuda la sangre, exige la compañía y las fichas de domino. El y yo no hemos hablado más allá del saludo cordial.
Al pasar por su mesa de juego ya por irme del lugar me interceptó:
Abuelo: "Hey niña tú que andas afuera deberías traernos algo"
Yo: Afuera cómo?
Abuelo: En la calle, algo, lo que sea un plátano, un coco, unas galletas, un jugo...Algo que sepa bien.
Yo: Miré no más... ¿Usted cómo se llama?
Abuelo: Yo??!!! Fulanito de Tal, ¿no te lo habían dicho?. Dime tu nombre niña
Yo: Yo??!!! Mengana de Abraham ¿No te lo habían dicho?
Abuelo: jajaja jjaja jaja me saliste más cabrona que bonita!.
Yo: Me voy... (taconeo al caminar y en la puerta le digo) diviértase.
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Graham Francoise |
Hay ratos en que me dan ganas de cambiarme el nombre y firmar "Mengana de Abraham", después de todo la sensación de invisibilidad ya la siento, sólo falta el anonimato. Checar la tarjeta de la existencia debería ser cómo tener vacaciones, segurito con tres retardos me hacen la falta y ya con la falta se me mueven los anhelos (con suerte y algunos se extravían). Pero un ratito no más, un rato sin su luna llena; Ya luego que me echen encima el calendario con todo y su capa estilo super héroe, con todo y su tiempo incansable, no más un ratitito porqué ya luego-lueguito me acuerdo de quién soy con cada uno de mis 31 años y sin los 82 de la experiencia.