El plato Hellen. |
Las clases que la educación formal promueve sobre "nutrición y alimentación" adentran a los niños a distinguir entre alimentos "chatarreros y alimentos saludables" entonces bajo instrucción guiada aprendemos cuáles de ellos perjudican al cuerpo cuándo los como. En realidad no hemos abordado lo que verdaderamente está intrínseco en el indispensable acto de comer, las emociones. Puedo sentirme hambreada incluso cuándo mi organismo no necesita en realidad del consumo de ningún nutriente, ¿Entonces por que siento hambre? La interpretación que hago de lo que me provoca saciedad es justo lo que me mantiene "con un hueco en la panza".
De igual manera puedo renunciar a las cargas indispensables de alimento sin que el apetito me invite a resolver la carencia de energéticos. Quizás si aprendiéramos que el miedo no se quita comiendo un pedazo de pan,si no hablando de el, analizando el absurdo, podríamos re educar a nuestro comedor compulsivo, quizás si alguien nos hiciera notar el ritual amoroso de compartir los alimentos no necesitaríamos crujientes papas fritas cuándo estamos enojados para tronar todo lo que no puedo hablar, y tal vez si fuéramos capaces de pedir abrazos sin temor al rechazo no consumiríamos tantos adictivos carbohidratos (Esos que se convierten en maravillosas endórfinas, y serotonina la sustancia del placer).
Me quedo sentada reflexionando sobre la cantidad innumerable de veces que he recibido amor a través de los alimentos, el número suficiente de veces en el que no he podido disfrutar de "comer" por que lo que pasaba a mi alrededor eran tan sorpresivo, tan invasivo, que la sensación de hambre tuvo miedo de quedarse.
Y también me quedo adolorida de los millones de personas que padecen hambre de esa que no deja mover el cuerpo, ni las ideas, esa que tortura sentimientos y resentimientos.