Gottfiried Helnwein |
Contexto: Patio trasero del centro escolar 10:30 de la mañana, una sola asistente con el grupo de preescolar 1o.b, tres años y algunos y algunas tres años y medio. 8 columpios, 1 resbaladilla, dos árboles flacos, metro y medio de tierra apelmazada lista para ser abonada con uñas de niños y niñas, algunos palos y metros y metros y metros de intolerancia a la frustración.
César: pobre manejo de sus recursos emocionales, Tres años, De puño y lengua suelta; Urgente saberse primero en participar, urgente encontrar "algo que parezca sólo de el", Por lo menos en su escuela intentará ser dueño, intentará ser el primero. Toma la resbaladilla, se desliza, llega al piso corre presuroso, un puñetazo en el hombro al pasar cerca de Paul. Al pie de las escaleras Andrea está por subir, César la jala del hombro derecho, lo contengo, nadie sale fisicamente lastimado.
César furioso me acusa: "¡¡Pendeja, pendeja, pendeja, déjame!!". Me quedo, acompaño, escucho, siento.
Sus compañeros se horrorizan con sus palabrotas,
César busca una esquina para lamer su herida.
Las niñas primero, secundadas por algunos niños se acercan a él, el los ahuyenta con ofensas que hacen pensar:
-"¡¡ Váyanse cacas, pipis, popos!!".
-Alguien pregunta ¿Qué pasó, que tienes, que tiene?
-César remata: ¡¡¡¡Callate MOCO, Pañal!!! los seguidores lloran. La herida abierta de César espanta justo lo que más necesita: "Estar y que lo dejen estar entre los demás". Palabrotas que duelen mucho más a el que a quienes las escuchan.